El asesinato de Juan Antonio Ledezma Zavala: un caso de calcinación criminal

28 agosto, 201910:57 pmAutor: Julio Alfredo Ceballos AlonsoCapital Colaboradores Destacada Municipios Noticias

«No tengo intención de discutirlo, el tema incluye política social, no mérito artístico. Nada más diré que lo único que un escritor debe trabajar es la documentación que ha recogido como resultado de su propio esfuerzo y observación y no puede negársele el derecho a emplearlo. Se puede condenar, pero no negar». Truman Capote

El 9 de agosto de 1982, siendo comandante de la sección de homicidios de la entonces Policía Judicial del Estado de San Luis Potosí, México, tuve la oportunidad de enfrentarme por vez primera en mi carrera de investigador criminal, con un caso en el que el cuerpo de la víctima había sido calcinado, probablemente con la intención de los perpetradores de desaparecer el cadáver de la víctima y así evadir la acción de la justicia. El asesinato del ex presidente municipal de la capital, Juan Antonio Ledezma Zavala, causó un escándalo sin precedentes en la historia de San Luis Potosí, por varias causas. La primera, porque ocurrió en el seno de una familia de la “alta sociedad potosina”. La segunda, porque la víctima era un personaje reconocido y representante prominente de la clase política entonces en el poder. La tercera porque la asesina era una mujer y además su esposa. Por último al menos uno de los autores materiales era profesionista y el segundo un connotado deportista y estudiante universitario.

                                        Los hechos

El domingo 9 de agosto se recibió en la guardia de agentes de Judicial del Estado un reporte en el que se informaba que en la carretera que conduce a Guadalajara, Jalisco, se encontraba desbarrancado un vehículo, mismo que ardía en llamas. Al recibir el reporte, quien esto escribe y quien en tales días me desempeñaba como comandante de la Sección de Homicidios de la Policía Judicial del Estado, procedí en forma inmediata a dirigirme al lugar del siniestro, en compañía de los agentes investigadores Ramón Villaseñor Renovato, Marcos Oviedo Ponce, Lorenzo Sarabia Escobedo y Roberto Antonio Villalobos Flores. Cerca de las 13:00 horas, el pequeño grupo a mi mando nos constituimos en “La Curva del Cochino”, ubicada en el kilómetro 20 de la carretera a Guadalajara. Los que conocen el tramo, saben que son varios kilómetros de peligrosas cuestas. A 25 metros de la carpeta asfáltica pudimos observar tirada una camioneta tipo Guayín, amarilla, marca Dodge Wagon Willys, con placas de circulación UUV OO9 SLP.

En lo inmediato me comuniqué por la frecuencia de radio para que se investigara en la dirección de tránsito quien era el propietario del vehículo. Ordené a los agentes a mi mando, resguardaran la escena de lo que hasta el momento considerábamos apriori un lamentable accidente. En compañía del agente del ministerio público y de un perito en fotografía, comenzamos una rigurosa inspección al lugar. Me pareció importante revisar la carretera. Supuse que si se trataba de un accidente debido a impericia del conductor combinada con exceso de velocidad, encontraríamos fácil evidencia que demostrara nuestra primera hipótesis. Pero al realizar el análisis, cerca de 50 metros atrás al lugar donde el vehículo salió de la carretera, no pudimos detectar huella alguna de frenaje que nos indicara que el vehículo hubiese salido de la carpeta asfáltica debido al exceso de velocidad o a la ponchadura de alguno de sus neumáticos.

Obviamente realizamos tomas fotográficas de todo lo observado, también tomamos las respectivas notas. Al llegar al lugar preciso donde el vehículo salió de la carretera, pudimos observar que la camioneta Guayín se encontraba cuesta abajo a unos 25 metros del punto de su salida, pero la caída y descenso sobre el barrano había sido detenido por una gran roca Fijamos la escena desde el punto y pudimos percatarnos de que el vehículo se encontraba incendiado, parcialmente consumido por el fuego. Por fin descendimos la accidentada pendiente y nos acercamos al vehículo. Al acercarme por el lado del copiloto, pude observar que sobre el asiento se encontraban los restos calcinados de una persona, reducido a una masa informe de unos 45 centímetros de longitud, correspondiente al torso, rematado por el elíptico cráneo carbonizado, carecía de miembros superiores e inferiores, se deducía que lo colocaron hincado, de frente.

Al continuar con la inspección, pudimos detectar que las llaves de encendido se encontraban colocadas en el switch, pero en posición de apagado. Y de manera extraña, el bastón de las velocidades se encontraba en posición de “neutral”. Aunque el vehículo se encontraba en gran parte consumido por el fuego, nos percatamos que el tanque de la gasolina se encontraba sin explotar y casi lleno de combustible. En el interior el vehículo se logró localizar un tanque portátil para combustible correspondiente a la camioneta guayín, vacío. A unos siete metros del vehículo, una tea manufacturada con alambre y estopa con la que probablemente iniciaron el incendio del carro vehículo. Al analizar y cavilar sobre las extrañas circunstancias, consideré que eran torpes y obvios los indicios para despistar un asesinato. Entonces se acercó el investigador Mario Acevedo, muy quedo y alarmado me dijo: “comandante, el vehículo, de acuerdo a las placas, es propiedad del ex presidente municipal, Juan Antonio Ledezma Zavala”.

-¿Ya intentaron comunicarse con él licenciado Ledezma?, pregunté con aprehensión.

-Nadie contesta el teléfono en su casa.- Fue su seca respuesta. El asunto comenzaba a complicarse. Los datos proporcionados según los indicios localizados en la escena del crimen, (aunque en principio me pareció un cuadro secundario) su estudio y análisis, era lógico deducir que el desborde de la guayín no resultó accidental. Fue precipitada de forma deliberada al voladero para simular un accidente, aunque la simulación fue frustrada cuando el vehículo se frenó por una enorme roca a tan sólo 25 metros de su salida de la carretera. Mientras que el cuerpo calcinado localizado en el asiento del copiloto, nos indicaba que el vehículo era conducido por una segunda persona. Supusimos que lo condujo uno de los asesinos. Por los datos obtenidos respecto al propietario del automóvil, nos señalaban al ex presidente municipal Juan Antonio Ledezma Zavala, a cuya familia había sido imposible localizar hasta el momento. Existía la posibilidad de que la persona calcinada fuera el licenciado Ledezma, pero entonces enfrentábamos el problema de la identificación científica y certera de la víctima. A las 17:00 horas ya habíamos trasladado el cuerpo calcinado al anfiteatro del Departamento Médico Forense.

El patólogo Joaquín Reynoso se preparaba, junto con sus auxiliares técnicos, para realizar la necropsia de ley, que por sistema, presenciaba cuando se trataba de víctimas de homicidio, donde yo era responsable de las investigaciones. Para agosto de 1982, había estado presente en más de 150 necropsias de víctimas de homicidios y casi todas habían sido realizadas por el mismo doctor Reynoso. En tal ocasión, además de mis dos agentes investigadores de confianza, estuvo presente en la necropsia el profesor Refugio Araujo del Ángel, secretario general de gobierno, que con en voz baja comentó en mi oído:
“¿qué hacemos para establecer la identidad del cadáver comandante Ceballos? Al escuchar la pregunta, el patólogo forense me dirigió una mirada y sonrisa enigmática, esperó mi respuesta.
“Señor secretario, el cuerpo está calcinado, casi en un 60%, incluyendo su rostro y cráneo. Considero que su dentadura, debe haberse conservado, y salvo la opinión del doctor Reynoso, el recurso más viable de identificación es mediante un peritaje odontológico forense, por lo que ya algunos de mis agentes localizan al especialista particular del licenciado Ledezma”.

-¡Ya localizaron a la familia de Juan Antonio?, me preguntó preocupado el profesor Araujo.

-No ha sido posible, la casa se encuentra sola. No hemos podido localizar hasta ahora a ningún familiar.

En el rostro del secretario se dibujó un gesto complejo de frustración y preocupación. El mismo día que localizamos el cuerpo carbonizado en “La Curva del Cochino”, es decir el domingo 9 de agosto de 1982, en el anfiteatro del Servicio Médico Forense, el cirujano médico dentista Juan Manuel Arévalo identificó los restos calcinados como los del licenciado Juan Antonio Ledezma Zavala, ya que constaba en sus archivos clínicos que dos años atrás, le había hecho una prótesis en oro para el segundo molar superior izquierdo. Pudo confirmar que la pieza estaba presente en los restos del cuerpo. Según la necropsia realizada por el doctor Reynoso, la víctima presentaba varios golpes. Cuando le prendieron fuego aún estaba con vida. ¿Quién? Habiendo contestado la primera pregunta que se refiere a una investigación criminal, es decir, al quedar establecida la identidad de Ledezma Zavala, al término de la necropsia de ley, platiqué con Araujo frente a los despojos del ex edil. Le pedí autorización para retirarme y proseguir mis investigaciones del caso.

-¿Qué sigue, qué procede comandante Ceballos?, inquirió con ansiedad. Le expliqué que de acuerdo al protocolo y metodología de la investigación científica de homicidios, el paso siguiente era investigar el domicilio de la víctima, hablar con sus familiares y amigos más cercanos a quienes de antemano se debe descartar –o vincular- de cualquier relación directa o indirecta con el asesinato. Además, tratar de recrear las últimas horas de vida del político. Claro está que cuando descartamos cualquier vínculo o responsabilidad de las gentes allegadas, se abren círculos concéntricos y líneas de investigación diversas. El profesor Refugio Araujo del Ángel me pidió esperar unos minutos, mientras se dirigía a las oficinas del Departamento Médico Forense. Regresó, con voz grave y baja me comentó: “Julio, órdenes precisas del señor gobernador, qué no se moleste para nada a la familia, por ningún motivo. Nada de visitas ni entrevistas al menos durante los próximos quince días”. El mandato dado por el propio ejecutivo me sorprendió, pero tuve que acatarlo. Me impedía entrar en contacto con las principales fuentes de información y localizar un probable escenario del crimen.

                                                           La historia

Juan Antonio Ledezma Zavala y Luz María Adrián López se conocieron en 1959, en un baile efectuado en un club de la capital potosina y dos años después, en 1961, contrajeron matrimonio. Él, alto, de tez clara, tenía 27 años. Se había graduado con todos los honores en la facultad de derecho de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, donde había destacado como estudiante y triunfado en campeonatos de oratoria. Ella era una hermosísima joven de origen español, de 21 años. Juntos tuvieron 3 hijos. Sin embargo, pronto saldría a relucir el carácter autoritario y violento del hombre. A la par que hacía una brillante carrera como abogado y triunfaba en el ámbito político como militante del partido en el poder (PRI), fue presidente municipal de la capital potosina, subían de tono los maltratos y humillaciones, hacia su esposa. Las circunstancias serían el caldo de cultivo para la tragedia. “En el campo de la investigación el azar no favorece más que a los espíritus preparados”. Louis Pasteur.

Al verme impedido por órdenes del gobernador de realizar indagaciones en el domicilio de la víctima al no poder entrevistar a la familia, tuve que centrar mis investigaciones para el esclarecimiento del asesinato en mis fuentes de información. Al respecto quiero hacer las siguientes precisiones. Los informes se obtienen de dos fuentes principales. A) de archivos. B) registros de personas. El trabajo de investigación consiste en gran parte en revisar archivos y platicar con personas. Los archivos y registros se consultan como un medio para conseguir documentos que corroboren los informes verbales y como una manera directa de obtener datos y descubrir pistas. A las personas se les pregunta con el fin de obtener datos acerca del sujeto y del asunto que se investiga. Los informes pueden confirmar determinadas sospechas o dirigir al investigador hacia otras fuentes. La habilidad para lograr avances es la principal virtud de un investigador, que se obtiene de varias maneras. 1.- Empleando tacto en el desempeño del deber. 2.- Haciendo amistad con muchas clases de personas, incluyendo, a) Cantineros, meseros, meseras. b) Choferes. c) Empleados, cargadores, sirvientes. d) Administradores y empleados de hoteles. f) Dueños y administradores y empleados de establecimientos, negocios. g) Propietarios y administradores de casas que requieren licencias de funcionamiento especial. h) Residentes de distintos barrios. i) Tenderos. j) Despachadores y choferes de automóviles de alquiler. k) Prostitutas. l) Delincuentes de bajo perfil. ll) Mecánicos. m) Peluqueros.

No es necesario resaltar que a partir del momento en que fueron identificados los restos calcinados en la carretera San Luis Potosí-Guadalajara como los del licenciado Juan Antonio Ledezma Zavala, de inmediato ordené a todos los integrantes de la sección de homicidios, se abocaran, sin descanso alguno, a la búsqueda y localización de datos e indicios que nos llevaran a identificar y detener a los asesinos de Ledezma. Echamos mano de todos nuestros recursos, recurrimos a todos los contactos e informantes. Transcurrió la noche del domingo 9 de agosto de 1982. Mis agentes con su inteligencia, astucia e instinto de investigadores-cazadores, trabajaron sin descanso, con la adrenalina al tope. El lunes 10 de agosto, sin haber dormido ni descansado por mi parte, seguía con mis pesquisas, recurrí a mis contactos e informantes, trabajé de maneras extenuante. Eran las 10:30 horas y no había conseguido ninguna pista orientadora. “La suerte favorece sólo a la mente preparada.” Isaac Asimov.

Siempre me he considerado un investigador con “suerte”, aunque como decía Thomas Fuller, el cuidado y la diligencia traen suerte. Resulta que aproximadamente a las 11:00 horas me encontraba en compañía de dos de mis agentes en una cantina ubicada en el centro de la ciudad. Había recurrido a mi amigo “El Toro”, un rudo ex boxeador, de oficio cantinero y quien en ocasiones me proporcionaba valiosos informes de delitos cometidos que escuchaba de clientes a quienes el alcohol les había aflojado la lengua. Pero ahora no sabía nada. Le pedí un “caballito” de tequila. Lo bebí de un trago para quitarme el sopor de la desvelada, pague la bebida y salí a la calle mientras apretaba en mi mano derecha un ejemplar del periódico “El Heraldo de San Luis”, cuya nota de ocho columnas daba a conocer el asesinato del ex presidente municipal. Cuando me dirigía a abordar el automóvil en que viajaba, me encontré con un amigo, ex compañero universitario, quien después de saludarlo, me comentó:

-Oye Julio ¿y cómo vas con el caso del asesinato del licenciado Ledezma?

-Precisamente trabajo en el asunto, ingeniero. No me ha dejado dormir la investigación- le contesté.

Mi amigo guardó silencio y en su rostro aprecié un gesto de duda. Por fin se decidió y me dijo: “creo que tengo datos que te pueden servir para que resuelvas el tema. Te comento. El sábado 8 estuve en el bar, El Barón Rojo. Me senté en una mesa junto a donde tomaban tres individuos. Conozco a dos y lo más seguro es que tú también. Andaban algo animados por el alcohol y exaltados, hablaban de un trabajo que iban a realizar y por el cual les iban a pagar muy bien. En varias ocasiones usaron los términos desaparecer o chingar al cabrón. Nunca mencionaron el nombre de la víctima, pero saca tus conclusiones”. Le dije “muy bien ingeniero, son datos que me dan una importante línea de investigación, pero ¿quiénes son los sujetos?” Después de pensarlo unos segundos, me comentó con decisión. “Agárrate Julio. El principal, Abel Gómez Álvarez, pasante de derecho y actual auxiliar del ministerio público federal. El segundo, Ricardo García Viramontes, El Billy, basquetbolista. No conozco la identidad del tercero. Te pido discreción amigo, resérvate la identidad de la fuente”.

Después de un fuerte apretón de manos se retiró con paso apresurado, sin volver la vista atrás. La información recibida por parte del ingeniero me pareció veraz y de suma importancia, por lo que de inmediato me comuniqué con mi directo jefe, el licenciado Víctor Manuel Rodríguez Martínez, quien antes había sido agente del ministerio público federal, que a su vez cruzó los datos con el jefe de la policía judicial federal y solicitó su paradero para el pronto esclarecimiento del crimen. Por extraña e increíble que parezca, me encontraba en el centro del terreno de la acción. A 300 a metros al oriente de las oficinas de la PGR donde supuestamente Abel Gómez era auxiliar del agente del ministerio público federal. A 200 metros al sur se encontraba el domicilio del mismo Gómez, sobre la calle de Reforma y 150 metros al poniente, la Cancha Morelos, un lugar muy concurrido en la época por los practicantes del básquetbol donde a diario entrenaba ”El Billy”.

A partir de entonces los hechos se desencadenaron en cascada. Me trasladé hasta las oficinas del ministerio público federal para ubicar a Abel Gómez en su lugar de trabajo, pero no se había presentado a laborar. ¿Había volado el pájaro? Dejé vigilancia en el lugar, por si se presentaba. Sometí a vigilancia su domicilio las 24 horas del día, mientras que por mí parte, me dediqué a localizar al Billy. No tenía su domicilio, por lo que comencé a buscarlo en las casas de sus amigos y lugares que frecuentaba. Mientras ordenaba las vigilancias, seguía con mis pesquisas. La Policía Judicial Federal tomaba medidas más directas y severas. Aprovecharon que la familia Ledezma Adrián se encontraba en la misa de cuerpo presente de Juan Antonio, realizó una incursión en el domicilio. Tras una inspección ocular, el comandante federal habló con el director de la Policía Judicial del Estado y le sugirió que enviara al domicilio al agente del ministerio público y al personal de investigación de homicidios y peritos en criminalística, pues parecía que la residencia del licenciado Ledezma era la escena primaria del asesinato.

El 10 de agosto antes de las 13 horas, en compañía del Agente del Ministerio Público, de integrantes de la Dirección de Servicios Periciales, Criminalística y Medicina forense y personal de la Sección de Homicidios, ingresamos a la residencia de la familia Ledezma Adrián. Con las diligencias ministeriales realizadas, se pudo establecer que era la escena primaria del asesinato, ya que en la recámara del occiso, se encontró una enorme mancha hemática sobre el colchón de la cama matrimonial. Otra mancha hemática de más de un metro de diámetro fue localizada en la alfombra, a los pies de la cama, cubierta con un tapete. A pocos metros, en un closet, se pudo localizar un rifle calibre 300 magnum con la culata quebrada y manchada de sangre. En el mismo lugar pudimos localizar la ropa de cama aún empapada en sangre. Mientras se realizaba la inspección ministerial y se deba fe de las evidencias en el lugar de los hechos, a las 13:00 horas Luz María Adrián fue detenida por elementos de la Policía Judicial Federal en los momentos en que se celebraba la misa de cuerpo presente de Juan Antonio Ledezma Zavala, por el delito de homicidio calificado.

                                             La declaración ministerial de la auto viuda

“La vida era ya insoportable. Aprovechando una fiesta que se celebró hace como dos años en una casa en la calle de Naranjos, conocí a Abel Gómez Álvarez e hice buena amistad. Empecé a tratarle medio en broma la posibilidad de asesinar a mi marido. Dos veces le hice préstamos de 25 mil pesos, lo cual me dio más seguridad para decirle, hace mes y medio, que si siempre lo mataba. Me contestó que sí, ya tenía a la persona que lo ayudaría. Me fijó la cantidad de 200 mil pesos por el trabajo. El jueves pasado, las 15:30 horas, Abel me levantó en el centro y nos fuimos a comer a un restaurante fuera de la ciudad, donde acordamos que el asesinato sería el sábado por la noche, en nuestro propio domicilio. El cual ya conocía Abel, pues lo había invitado en varias ocasiones, cuando no estaba mi esposo. El sábado 8 de agosto de 1982, a las 22:30 horas que regresó mi esposo, después de comprar en el centro algunas revistas y otras cosillas, me fui a la recamara de mi hija menor L., a quien le administré un somnífero para que no escuchara nada de lo que iba a ocurrir, quedándome a su lado. Entre las 23 y 24 horas llegó Abel acompañado del Billy, quien se cubría la cara con una media y después todo fue muy rápido. Con la culata de un rifle, Abel golpeó a mi esposo en la mandíbula, quebrándose el arma”.

“Como mi esposo intentó incorporarse, fue nuevamente golpeado con lo que quedaba de la madera y el cañón, desplomándose desmayado. Rápido Abel y el Billy cargaron el cuerpo casi a rastras, ya que pesaba 120 kilogramos. Lo metieron a la camioneta Guayín, mientras me pedían que yo borrara todas las huellas de sangre. Enseguida enfilaron con el cadáver por la calle de Valentín Gama, hasta llegar a la Diagonal y de ahí hasta el kilómetro 20 de la carretera a Guadalajara, hasta la llamada Cuesta del Cochino, siempre siguiéndolos a bordo de mi carro. Ya en el lugar elegido trataron de empujar la camioneta al barranco, pero como no se despeñaba, acerqué mi carro y la aventé. La cual rodó por unos veinte metros. Después Abel y El Billy bajaron con un tanque de los que usan los jeeps, lleno de diésel y keroseno, que había sido sacado previamente de mi domicilio, rociando el cuerpo y la unidad con el combustible y prendiéndole fuego. A continuación, los dos se subieron a mi automóvil y los llevé a Ojuelos, Jalisco, para que a su vez regresaran en camión y pudieran observar si la camioneta seguía incendiada. Cuando yo regresé a mi casa estaba amaneciendo y me encontré con que ya estaba ahí una de mis hermanas con su novio, quienes habían sido llamados por mi hija L. Me preguntaron qué había sucedido y les dije que lo habían secuestrado y después muerto en un accidente”.

Por su parte, la hermana de la auto viuda, de nombre M. manifestó que acudió a la casa porque su sobrina L. le llamó angustiada, encontrando al llegar la puerta del jardín abierta y el perro amarrado, lo cual nunca sucedía. “Uno de mis hermanos, al llegar a la casa y enterarse de toda la situación, me dijo: pero qué bruta, qué pendeja eres, te van a investigar de todos lados. Después me detuvieron y aquí estoy”, concluyó Luz María Adrián. El mismo día, por la noche, dirigí el operativo para detener en su domicilio a Ricardo García Viramontes. En persona llamé a la puerta de su casa, me abrió su padre. Entonces vi bajar por una escalera que conducía al segundo piso al Billy, quién me reconoció y comentó: “vienen por mí, papá”. Luego se dirigió a mí y dijo, qué bueno que vino comandante, estaba a punto de llamarle para entregarme. Respecto al paradero de Abel Gómez Álvarez, nunca pudimos localizarlo, seguimos docenas de pistas que nos daban su ubicación, pero no lo hallamos. Se rumoró que un importante político de la localidad lo había ayudado para huir a España. La verdad es que se perdió en la noche de los tiempos. Después surgieron versiones de que el licenciado Juan Antonio Ledezma Zavala se encontraba con vida en España o Argentina. Pero eran especulaciones, parte de una leyenda urbana. Había muerto calcinado.

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