Cuando un curioso llegó al cielo, preguntó a Dios. -Señor…toda mi vida siempre quise saber ¿qué es lo que más te sorprende de la humanidad? Y Dios le respondió -Que se aburren de ser niños y quieren crecer rápido, para después desear ser niños otra vez. Que desperdician la salud para hacer dinero y luego pierden el dinero para intentar recuperar la salud. Que ansían el futuro y se olvidan del presente y así no viven ni el presente ni el futuro. Que viven como si nunca fuesen a morir y mueren como si nunca hubieran vivido. El curioso volvió a preguntar. -Padre, ¿cuáles son las lecciones de la vida que quisieras que tus hijos aprendiéramos? Con una sonrisa Dios respondió. -Que aprendan a que no pueden hacer que nadie los ame, sólo dejarse amar. Que lo más valioso que tenemos en la vida no es lo que tenemos, es a quien tenemos. Que una persona rica no es la que tiene más, es la que necesita menos. Y que el dinero puede comprar todo menos la felicidad. Que el físico atrae pero la personalidad enamora. Quien no valora lo que tiene, algún día se lamentará por haberlo perdido. Y quien hace mal, algún día recibirá su merecido. Por lo tanto, para ser feliz, hay que hacer feliz a alguien, si quieres recibir, da un poco de ti, rodéate de nobles personas y sé una más. Hay muchos hijos míos que no entienden la vida. El ser humano, nacer, no pide, vivir no sabe y morir no quiere. No se dan cuenta que el más valioso tesoro que tenemos es el tiempo. Al morir nada de lo material se llevan. El tiempo es el tesoro más valioso que tenemos, ya que es limitado. Podemos producir cada día más dinero, pero no más tiempo. Hay que enamora con acciones, besa con sentimiento, abraza con cariño, piensa con el corazón, ama con el alma y regala tiempo.

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