Entre guajolotes te veas

13 enero, 202111:41 pmAutor: Cale AgundisCultura

Después que la familia amnistió a Barbarito, el pavojolote enorme y mocoso, salvándolo de convertirse en el plato principal de navidad, se lo llevaron al rancho. Fue donde conoció a la Milonga, una gata negra de ojos de tigre y cola bufanda de angora. Era la reina del rancho. Pasaba todas las mañanas tirada bajo el sol, con una pata estirada y los ojos entre abiertos. Barbarito la observó con ojos tiernos. Fue amor a primera vista, para Barbarito, claro, porque Milonga lo observaba sólo para calcular la porción de su presunta cena. Fue cuando Barbarito pagó todas las que hizo. Acabó correteado por la astuta gata de garras afiladas, la que no se lo comió, pero lo usó como carnada para atraer plumíferos más pequeños y darles matarili. ¡Ay amigos! y es que mi padre siempre decía que uno es valiente con los cobardes, hasta que sale otro más valiente, que de manera invariable, es el que nos da en toda la mother. Recordarán que el ave enorme, me correteaba por todo el patio, sin darme tregua para respirar. Por momentos, ante mis ojos, Barbarito era un monstruo emplumado. Apenas lo veía y mi corazón amenazaba con saltar del pecho, para correr a buscar un escondite donde resguardarme de su pico de pica hielos y sus garras de cuatro dedos, rematados en uñas afiladas. Debo decirles que, con todo, no me alegré con la idea que se convirtiera en cena. Primero, porque ya lo habíamos bautizado y segundo, porque sin saberlo a tan tierna edad, comenzaba a sufrir lo que los psicólogos llaman el síndrome de Estocolmo. Me alegró saber que la Milonga ya se encargaba de darle una lección. Al final, lo sabía, se iban a enamorar, aunque era un amor imposible. Aunque si yo fuera Barbarito, preferiría estar muerta, a estar enamorada de alguien inalcanzable. Se sufre más y se disfruta menos

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