Baile para dos

17 abril, 20187:41 pmAutor: Almaguer PardoCultura

Cansados están mis pies y tener que seguir bailando…

Habían pasado varios minutos desde que aquella música se dejó de escuchar. Para Diana era la melodía más bella del mundo.

Siempre que la escuchaba tenía que cambiarse inmediatamente y corría al armario para sacar un velo de tul que pronto se colocaba al frente, sin dejar por un instante de seguir dando saltos de bailarina profesional.

Concho poseía un oído muy sensible. Cuando empezó a escuchar aquellos sonidos, desconocidos, despertó por completo, pues no había podido dormir la noche anterior ya que una Catarina inquieta que se encontraba a unas cuantas ramas, prendida de una hoja, estuvo horadando el suculento manjar y nunca terminó. Era muy activa o tal vez era de vida corta y todo lo hacía muy rápido, ya que se le iba la vida, en cambio Concho era lento como un quelonio.

Al voltear a ver Catarina, Concho se percató que era muy pequeña. Vestía una capa color rojo, adornada de círculos amarillos brillantes como un sol. Nunca había visto algo tan hermoso, en cambio el suyo era un caparazón gris, rugoso, áspero y duro.

De pronto Concho se incorporó y cuando estuvo a su alcance Catarina, con su mano derecha la sujetó de la cintura y empezaron a bailar como nunca ninguno de los dos lo había hecho, se complementaban tanto. Catarina casi no tocaba el suelo, pues era tan ligera, que cuando sintió la fuerte mano que la asía de la cintura sintió que iba a ser asfixiada. Abrió sus alas liberando un poco la tensión y así pudo respirar tranquila.

Concho nunca se enteró. Con la mano izquierda la sujetó del hombro, pues sentía que cada arpegio hacia vibrar más a Catarina. Y así, llevados por las notas bailaron largamente.

Para Catarina fue un fugaz y delicioso valseo, para Concho sólo unos minutos que disfrutaron hasta el último compás de la música. Cuando ya estaba por concluir la pieza, le siguió otra, aún más bella y expresiva: el barón gitano.

Nunca supieron cuánto habían bailado, el caso es que Concho soltó a Catarina del talle y aprovechó para emprender el vuelo batiendo sus diminutas alas hacia lo alto, para posarse en las hojas del durazno.

Concho cerró sus ojos y al instante quedó profundamente dormido. Al despertar después de varias horas, buscó a su alrededor a Catarina y al no verla, creyó que todo había sido un sueño.

Diana siguió escuchando una y otra vez aquellos valses de Straus…

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