Búfalo Blanco, el ermitaño de la Cañada del Lobo. Crónica de una visita

20 julio, 20206:45 pmAutor: Rodolfo OlguínCapital Colaboradores

Nombre: Nicolás González Rosales. Edad: 105 años y le gusta que le llamen Búfalo Blanco.
Nació en el corazón de la Sierra de San Miguelito, San Luis Potosí, a un día de camino a pie de la Cañada del Lobo en un enorme bosque de pinos en donde alguna gente de las comunidades más cercanas sube a recolectar piñón para vender en la ciudad. En el centro de los árboles aún tiene la cabaña donde vivió la mayoría de su vida. Búfalo Blanco comenta que conoce toda la sierra palmo a palmo, donde existen coyotes, gato montés de gran tamaño, feroces y agresivos, zorros, venados, víboras de varias especies, tortugas, escorpiones (vinagrillo), camaleones, perros de la pradera, águilas, cuervos y halcones. Tiene 5 años viviendo en las cabañas de la Cañada del Lobo dónde había un campo militar de entrenamiento hoy abandonado. Dice que la zona es el corazón de la magia negra y roja, donde se práctica todo tipo de magia, hay brujas que andan entre los árboles, al frente donde vive está la muerte.

A la izquierda es la zona del diablo, hay duendes rojos, amarillos y verdes que salen a cualquier hora del día, apestan a drenaje. “En la noche vienen y me muerden las patas, son traviesos y se burlan de mí, pero yo ni les hago caso”. Cuando mi hijo y yo nos acercamos a la zona, notamos que al pasar cierto límite, se produjo un cambio en el ambiente, como si flotara una energía o viento pesado, como si la presión atmosférica aumentara. Los perros que nos acompañaban se estresaron de manera notoria, la Vaquera (ganadera australiana) corría para todos lados como correteando vacas imaginarias o algo que miraba. El Pipo (bull terrier inglés, cazador y de pelea) husmeaba por todos lados, en momentos se tensaba y se ponía en guardia, como listo para el ataque o defendernos.

Don Nicolás nos advierte que en la zona se escuchan todo tipo de sonidos (psicofonías) como lamentos, gritos, llanto, pedimentos de ayuda, rezos, voces de niños y mujeres y misas negras. Dice que son muchos los espíritus de los que han muerto ahogados en la presa o asesinados, de mujeres violadas y muertas que van a visitarlo para pedirle ayuda. El camino trasero de la cabaña donde vive, conduce al pie de la montaña en una zona arbolada dónde hay dos altares dedicados a Satanás, dice que es fácil llegar pues está cerca. Comenta que en medio de la cortina de la presa, abajo, hay una cruz de concreto en el suelo. «Es donde vive el alma de un fraile de magia blanca que ayuda a los que visitan el lugar y que son atacados por las fuerzas del mal. Los protege, siempre y cuando la energía sea también blanca. Viene gente y me dice que soy famoso porque salgo en un programa de televisión. No quiero nada, no me gustan los extra locos que ya no me bajan del intermen. Me atrae enemigos, pues imagínense, si el diablo ya me arrancó la vista y me dejó ciego para que no viera todo lo que sucede aquí, ahora me van a querer matar, pues el demonio no quiere, se sepa que aquí es su templo, ni nada de lo que se práctica».

Búfalo Blanco duerme en el rincón de las cabañas abandonadas que no tienen puertas ni ventanas, al centro hay una columna desde donde el diablo, según dice, lo enfrentó y le quitó la vista. «Así nomás, como si apagaran un foco». Su cama son dos colchones viejos encimados y sucios con varias cobijas que lo protegen del frío. Toma refresco y fuma mucho, dice que lo alimentan «los caminantes que a veces hasta me traen una barbacoa muy rica». Hay montones de leña, botes que sirven de sillas, algunos recipientes con algo dentro y un pequeño altar con una cruz azul que lo protege. El lugar está totalmente grafiteado, su espacio está casi limpio.

Asegura ser feliz donde vive y si alcanzara otros 105 años, no se mudaría, pues le gusta «aprender de los árboles, el agua, el viento y la montaña donde se encuentra toda la sabiduría que no es fácil aprender, solo viviéndolo y a base de chingadazos». Dice que «el diablo y la muerte me vienen a visitar para tumbarme, pero como no les tengo miedo, me la pellizcan, los enfrento. Hice un trato para que no me molesten a cambio de yo respetar su espacio. Las brujas y los nahuales que andan entre los árboles, llegan de noche con sus gritos, puedo ver con la mente, cómo los zopilotes negros se transforman en mujeres, que aparecen desnudas o en ropa interior, blancas, morenas, güeras, de todo tipo».

«Me gusta estar en mi cabaña del bosque, donde no me molesto nadie. Como ya estoy viejo y el diablo me cegó de repente, ya no puedo vivir afuera. Lo bueno es que me dieron permiso de quedarme en el lugar, donde no afecto a terceros». Nos recomienda cuidarnos, pues «en la zona, en cualquier descuido, los pueden tumbar, pasan situaciones extrañas, morir de un accidente o enfermar de manera inexplicable». Nos aseguró cuidarnos al regreso, ya que existen muchos peligros. «La gente que viene a pasear no sabe a lo que se expone, más cuando traen niños, pero el fraile y yo vigilamos, los protegemos para que salgan sin problemas».

Notamos que en la zona había lugares con restos de huesos, bolsas negras y manojos de hierbas. Ofrecemos regresar y llevar algo de comida a Búfalo Blanco quien pidió que de preferencia le lleváramos unos «ricos huevitos con tortilla, pues como ya no tengo dientes, el bolillo no lo puedo masticar, a la tortilla ya se cómo hacerle». Don Nicolás, a pesar de su edad, no se ve enfermo ni débil o con achaques, no está loco, se nota lúcido, con un discurso coherente y seguro de lo que dice, no se altera y habla con sabiduría.

Su barba y bigote son largos y blancos, viste una sudadera amarilla con una capucha que le cubre la cabeza y sus ojos vacíos, los cuales pareciera, procura no mostrar, se mira feliz y asegura que lo es. Le pregunté si sabe que hay gente de mucho dinero que busca apropiarse de la cañada y parte de la sierra, para construir casas de lujo. Molesto contestó que algo había escuchado, pero no lo permitiría, pues la sierra es su vida y casa. Ya de despedida, le pedimos que nos cuide en el camino de vuelta. Le da gusto y comenta “ándele, váyanse, yo los protejo, para que no los vayan a tumbar”.

Ya de retorno, al volver a cruzar el «límite» se dio un cambio en el ambiente, como si la presión atmosférica que nos aplastaba se disipara. En unos pasos volvimos a respirar normal, nos sentimos más ligeros y notamos el cambio de actitud de los perros en su andar habitual. Poco tiempo después, regresamos al lugar, no había nada de ermitaño, solo símbolos satánicos pintados en el suelo, techos y paredes negras. Nos enteramos que «alguien» golpeó a don Nicolás y le prendieron fuego a todo, que también lo quisieron quemar, pero no lo lograron, solo en un brazo sufrió quemaduras. Se dice que le dieron refugio cerca de la Cañada del Lobo, pocos saben dónde está.

 

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