Alfredo Ríos Galeana, legendario asaltante de bancos

10 octubre, 201910:14 pmAutor: Salvador Ceballos UribeColaboradores Noticias

Una crónica algo larga pero muy interesante de Alfredo Ríos Galeana, considerado durante mucho tiempo El enemigo Público Número Uno de México. Nació el 28 de octubre de 1950, en la localidad Arenal de Ãlvarez, en el estado de Guerrero, hijo de Sabino Ríos y María Damiana Galeana. Fue de origen pobre, acostumbrado desde muy pequeño a no tener nada. Apenas creció, fijó sus esperanzas en ser parte de las filas del ejército mexicano, donde logró ingresar a los 18 años. Alcanzó el grado de sargento primero en la Brigada de Fusileros Paracaidistas. Años después desertó. En 1976 ingresó a la Policía Preventiva del Estado de México, más adelante fue nombrado comandante del Batallón de Radiopatrullas (Barapem) enTlalnepantla. Era una corporación que se dedicaba a custodiar bancos, el lugar ideal para que Ríos Galeana integrara su banda delictiva y se dedicara a asaltarlos, Su flotilla no pudo tener el mejor adiestramiento, que conocer desde su interior, los movimientos, la manera en cómo operaban y saber cuáles eran sus puntos más vulnerables. Otro aspecto importante, fue que los propios mandos de la agrupación policiaca estaban coludidos.

En 1978, cuando Ríos Galeana y su banda decidieron dar el primer bancazo, tuvieron éxito, así que abandonó el batallón policiaco y junto con sus secuaces, dieron rienda suelta a su carrera delictiva. Sus asaltos eran cada vez más frecuentes. Uno de los mejores golpes fue el que cometieron en 1979, a una sucursal de Bancomer en Tlaxcoapan, Hidalgo, donde obtuvieron un botín de medio millón de pesos. Después, ya no sólo asaltaban bancos, también instituciones gubernamentales y casas de familias adineradas. Por fin, Ríos Galeana se sentía importante, tenía poder y mucho dinero. Se sintió incluido en el mundo, aquél que desde muy pequeño lo había excluido y expulsado como a la escoria. Pasaron tres años de fortuna para “El Charro Cantorâ€, donde aprovechó para grabar dos discos LP de música ranchera, pero el panorama se nubló, ya que a mediados de agosto de 1981, agentes de la División de Investigaciones para la Prevención dela Delincuencia (DIPD) lo detuvieron en compañía de cuatro cómplices, en posesión de gran arsenal, varios vehículos de lujo y una importante cantidad de dinero en efectivo.

Ante los medios informativos, “El Feyoâ€, como también se le conocía, dijo con la soberbia que lo caracterizaba, que se estimaba como alguien más astuto que los demás, sobre todo de la policía mexicana que “es sumamente incapaz de aprehender a los auténticos asaltantesâ€, y se jactaba de que no sería detenido otra vez. Declaró que iba “a fugarse lo antes posible del lugar donde lo confinaranâ€. Entonces, un juez ordenó recluirlos en el Cereso de Pachuca, Hidalgo. Un año después, cuando se acercaba la Navidad, Ríos Galeana cumplió su palabra, sobornó a custodios y se fugó con sus cómplices: Juana Sánchez Ramírez, Yadira Areli Berber Ocampo, Gabriel García Chávez y Caritino Carmona Cortés. Como una linda familia, juntos llegaron y juntos se fueron. Con su líder en libertad, la banda volvió a tomar fuerza, se reunían en el Distrito Federal y Estado de México en casas de seguridad que alquilaban con el dinero robado para planear con detalle sus delitos. Algunas veces, las citas terminaban en excéntricas fiestas, acompañadas de alcohol, drogas y mujeres.

Era el edén en la tierra hecho realidad para Ríos Galeana y sus secuaces. Con los recuerdos muy recientes de su última estancia en prisión, Ríos Galeana y su banda criminal decidieron en venganza, dar con mayor fuerza sus golpes. Su ambición y deseos “por vivir bienâ€, como decía, los llevaron a realizar una larga cadena de atracos, secuestros y asesinatos, en apenas un año. Entre sus golpes más exitosos, se cuenta el asalto que dieron al Instituto Nacional de Cardiología, de donde obtuvieron una cantidad de 20 millones de viejos pesos, el allanamiento al Banco de Cédulas Hipotecarias, cuando junto con 10 de sus cómplices, hicieron una perforación hasta las cajas de seguridad, llevándose un botín de más de 250 millones de pesos. Y, por si fuera poco, también robaron las arcas de la delegación Tlalpan, diversas Conasupos y obtuvieron altas cantidades de dinero por el rescate de varios empresarios y comerciantes que secuestraron.

Ríos Galeana logró consolidar su grupo criminal a tal grado que reclutó a más hombres y formó diversas células de delincuentes. A unos los utilizaba para asaltar bancos, otros para instituciones gubernamentales y privadas, algunos más para cometer delitos en el Distrito Federal y el Estado de México. El resto para atracar en varios estados de la república, como Veracruz, Oaxaca, Puebla, Hidalgo, Guerrero, entre otros. Además, contaba con la protección de varios mandos policiacos que lo protegían. En octubre de 1983, Ríos Galeana y varios de sus cómplices, asaltaron las residencias de la acaudalada familia Díaz y Bojalil, en Puebla, llevándose dinero, alhajas, pinturas y joyas, un lote valuado en 35 millones 800 mil pesos. Sin embargo, días después, la Policía Judicial logró capturar a varios y recuperar parte de lo robado. Entonces los detenidos fueron Eduardo Rosey Lira, Saturnino Vera, Salvador Ornelas Rojas, Leonardo Montiel Ruiz, Lauro Rodríguez Velázquez y Catalina Corona Landa a quienes se les comprobaron varios asaltos a bancos, casas habitación, instituciones gubernamentales y otros negocios.

Un juez los mandó al Reclusorio Oriente, pero en 1984, los delincuentes se fugaron del penal con la ayuda del “Feyoâ€, quien una vez más se burlaba de la justicia. Fue entonces cuando el mismo año, se le asignó el caso al comandante de la Policía Judicial, Luis Aranda Zorrivas, quien metódico y disciplinado en sus investigaciones, logró dar con el paradero de un par de compinches de Ríos Galeana en Guanajuato y así jalar el hilo que condujo a su captura el 9 de enero de 1985, en un palenque clandestino en el Estado de México. Al día siguiente, al ser puestos a disposición del ministerio público que llevaría el caso, Ríos Galeana y sus cómplices fueron ampliamente interrogados por agentes de la Policía Judicial y de la Procuraduría General de la República. Sólo habían aceptado cuatro robos y un homicidio. Sobre varios millones de dólares que obtuvieron en los diversos bancazos, la banda negó tenerlos en su poder. Lo más probable era que “El Feyo†los guardara en una cuenta bancaria en el extranjero o en poder de alguno de sus hombres.

Ríos Galeana tenía planeado retirarse muy pronto de la delincuencia e irse a vivir a Estados Unidos, a disfrutar de los millones que había robado y vivir tranquilo. Pero todo pintaba muy mal para la banda criminal, debido a que con el paso de las horas, se sumaban pruebas en su contra. El 14 de enero, bajo un impresionante operativo de seguridad, que contó con más de 70 elementos de varias corporaciones policiacas y en una patrulla, el comandante Aranda Zorrivas en calidad de héroe, cuidando la retaguardia del convoy, Ríos Galeana y sus cuatro cómplices fueron trasladados al Reclusorio Sur, donde les asignaron una celda aislada para evitar cualquier fuga. El juez 29 de lo penal les imputó más de 44 atracos a mano armada cometidos a distintas instituciones, donde obtuvieron un botín por más de 100 millones de pesos y asesinaron al menos a 16 personas. Por lo tanto, ninguno alcanzaría la libertad bajo fianza. También ordenó incautar varias propiedades de la banda en el Distrito Federal, Estado de México, San Luis Potosí, Hidalgo y Puebla, joyas, electrodomésticos y autos de gran valor. El peso aplastante de la realidad caía encima de Ríos Galeana, aquella realidad que desde muy joven lo ninguneó y ahora también lo arrastraba con cuatro de sus cómplices de confianza.

El estado corrupto lo creó y se volvió su peor pesadilla

La Procuraduría de Justicia del Distrito Federal tardó un día en confirmar la captura del delincuente más peligroso del país. Tal vez había el temor en las autoridades de que los cómplices de Ríos Galeana se presentaran armados para rescatarlo. A la procuradora de justicia, Victoria Adato, ante la presión de los periodistas, no le quedó más remedio que dar la orden de presentarlo. La tarde del 11 de enero, la espera hizo temblar más al comandante Aranda Zorrivas que al propio Ríos Galeana. Y es que al “Feyo†le regodeaba la fama, le gustaba que se hablara de su figura en todos lados. Ahora tenía por delante los medios más importantes del país para atenderlo y fotografiarlo. El comandante Zorrivas no sabía con qué sorna iba a contestar el enemigo público número uno. Apenas apareció Alfredo Ríos Galeana y el bullicio y los flashes de las cámaras irrumpieron el ambiente. La cantidad de periodistas en las oficinas de la procuraduría era impresionante.

Con un rostro muy distinto al de algunos años tras, debido a las múltiples cirugías faciales a las que se había sometido para evadir a la justicia, tanto reporteros como fotoperiodistas se arremolinaron en torno al hampón, quien sereno y altivo dijo: “soy muy inteligente y mi captura no fue por error, sino por el chivatazo de uno de los elementos de mi banda. Cuando salga de la cárcel, creo que continuaré con mis actividades delictivasâ€. Quizás fuera el síndrome del Robin Hood moderno o Chucho “El Roto†verídico, pero la realidad es que le gustaban los lujos, que nunca había tenido. También declaró que le gustaba el dinero, vestir elegante, pasearse y convivir con mujeres y el único modo de conseguirlo era con robos. Ríos Galeana señaló que el sueldo como policía era miserable, que ganarse la vida en forma honrada, jamás le iba a dar para sus gustos y comodidades. No era alguien que se preocupara por el menos afortunado, aunque hubo ocasiones en que tuvo detalles inexplicables. Es lo que afirmó ante la prensa: “No soy héroe ni pretendo constituirme en un Chucho El Roto, pero también traté de ayudar en lo económico a los familiares de los policías que asesiné, pero nunca pude hacerloâ€.

El criminal más buscado en todo el país se sentía bastante cómodo, era fluido de palabras y se enorgullecía de narrar sus fechorías antecámaras y micrófonos. Con su ego elevado al máximo, contó los detalles a la prensa de lo ingenioso de sus planes para realizar los atracos. Como la vez que asaltaron al Banco de Cédulas Hipotecarias en 1984. «El asalto fue inteligentemente planeado desde 15 días atrás. Me presenté elegante a las puertas de la institución y le dije al vigía que llevaba un regalo para el gerente. El uniformado abrió y rápido mis compañeros y yo nos internamos en el establecimiento. Amagamos al personal, les dijimos que si colaboraban, no pasaría nada. Después, con herramientas, violamos la bóveda, nos llevamos alrededor de 230 millones de pesos y escapamos». Comentó que se había sometido por lo menos a tres cirugías plásticas, para no ser reconocido por la policía que lo buscaba por todo el país.

Además, le gustaba verse atractivo para seducir a las mujeres. Entusiasmado, mencionó que otra de sus pasiones era la música ranchera y hasta había grabado dos discos. Solía cantar en reuniones familiares o con sus compinches del hampa. Genio y figura, el detenido envolvía a los presentes dando las mejores notas y falsetes sobre sus asaltos. Recordaba minucias, como si todo hubiera pasado de la noche a la mañana. Quizás muy confiado de que su estancia en prisión sería algo temporal. Tal vez tenía la certeza de que iba a escaparse muy pronto, como ya dos veces antes lo había hecho con ayuda de su banda. Con mucho orgullo se ufanó de ser uno de los delincuentes más astutos de todo el mundo, con más de 40 asaltos a bancos en su historial delictivo. Al final reconoció que fue apresado, debido a la sagacidad del detective Luis Aranda Zorrivas. “Soy inteligente, pero fue más que yo ahora. Hay que reconocerloâ€.

Ante la procuradora Victoria Adato, viuda de Ibarra, delgado, de amplia frente y cabello crespo oscuro, con un gesto incrédulo más no distinguido, casi como si el homenaje le causara molestia, el comandante Aranda estiró la diestra para rendirse ante ambas manos de la señora Adato de Ibarra, quien emocionada, le entregó una carta de felicitación que dice: “con copia para el expediente personalâ€. Quizá Aranda razonó: “¿y de qué me sirve una carta de agradecimiento sincera?â€. Tal vez recordó la oferta que le hiciera Ríos Galeana. “Lo voy a hacer millonario, comandante. Déjeme en libertad, no se va a arrepentir. Se lo juroâ€. Y en la memoria, recordaba las palabras que vuelven una y otra vez. Era la insinuación del enemigo público número uno que el honesto comandante rechazó. Desde que tomó posesión del cargo a principios del sexenio de Miguel de la Madrid, reinició las pesquisas para ir tras el delincuente al que llamaban “El Toro†o “El Feyoâ€, por su más de metro ochenta de estatura, su gran corpulencia y su nada agraciada apariencia.

Continuó la tradición familiar dentro de las fuerzas del orden, pues su padre también se desempeñó en el sector como jefe de grupo de la primera comandancia. Aranda Zorrivas se había titulado en 1980 en la licenciatura en derecho. Cuando logró la captura del famoso, pero infame delincuente, el comandante, tal como lo documentó La Prensa, en la edición del domingo 13 de enero de 1985, contaba además con conocimientos en criminología. Entonces, dos fuerzas antagónicas clásicas se enfrentaban, el detective contra el bandolero. Ríos Galena había transgredido la ley y el orden desde hacía años y en su carrera criminal había evadido a la justicia en varias ocasiones. Se fugó de la prisión y asesinó a policías con tal de gozar de la libertad. Aranda Zorrivas, quizás sin proponérselo, intentó devolver cierto orden moral a la sociedad. O fue lo que creyó al mirar a la procuradora y recibir una carta de agradecimiento junto con otros 19 elementos bajo su mando, quienes lograron librar a la ciudadanía de un peligro tan grande como era la banda de Ríos Galeana, hazaña que se antojaba imposible.

Resuena en la memoria de José Aranda lo que le respondió al “Charro Misterioso†mientras el auditorio está pletórico. “Recuerde que usted ha incitado con su conducta a decenas de jóvenes a asaltar bancos. Ha sido uno de sus más fervientes ídolos. Inclusive, ahora matan a los policías con tal de obtener unos millones fáciles. Siguen su camino. Asimile todo el daño que ha hechoâ€. En casi dos años de cacería, desde su última fuga del penal de Santa Martha, estuvo Aranda Zorrivas reuniendo indicios, no muchos, a decir verdad, sobre el paradero del criminal más buscado. En tanto, los asesinatos y robos continuaban. Pero si bien es cierto que el excomandante del Barapem se consideraba a sí mismo inteligente y sagaz, dudaba que pudieran atraparlo por la ineptitud de las autoridades y por la colusión de algunos policías. Cuando en 1985 fue aprehendido, no cejó en afirmar que su captor había sido más inteligente. Y de nuevo en el auditorio, escuchó las palabras de la viuda de Ibarra. “Reciban nuestro reconocimiento, con la convicción de que está reconocida por la tranquilidad y seguridad que a todos proporciona el saber…â€, pero nada calma su interior, ya que sabe que en el fondo ha sido un golpe de suerte.

Como es la fama, la verdad tiene dos o más caras. Y de tal modo, el azar jugó su papel. Aunque es cierto, se logró la captura del delincuente, no fue por la perspicacia de los elementos policiacos o las pesquisas minuciosas. Resultó en gran medida al “chivatazo†de uno de los cómplices de la banda de Ríos Galeana. La procuradora continúa su discurso ante agentes de las 13 comandancias de la Policía Judicial. “Me constan los esfuerzos fallidos en las anteriores tentativas de su capturas, de aquí la importancia de la actitud tenaz y perseverante del grupo de investigadoresâ€. Aranda une las piezas que lo han llevado al instante. Fue a raíz de la fuga de algunos de sus cómplices, en 1983, que retomó el caso, pues se cometió un atraco bancario durante su guardia, del cual se identificó plenamente a la banda de “El Feyoâ€. No obstante, se pudo seguir el rastro de los prófugos hasta Irapuato, Guanajuato, donde se logró la captura de dos reos, quienes a la larga terminarían cantando el corrido de la captura de “El Charro Cantorâ€.

El detective Aranda Zorrivas no desaprovechó la oportunidad y destinó a varios agentes a custodiar los antros de vicio en el Estado de México. El resto, entre balas, persecución y resignación es historia. Cayó Ríos Galeana junto con cuatro de sus cómplices y el único consuelo que le quedaba es que pronto volvería a escapar como lo hizo antes. Con Ríos Galeana se inauguró la época de la delincuencia a gran escala, donde entró en juego la pericia de las autoridades, que en muchas ocasiones estaban coludidas con los malhechores. Había grandes detectives que, a la sombra de los reflectores, lejos de las grandes nominaciones, realizaban su labor en silencio y con resultados. Pero como en la vida no hay principios claros ni finales rotundos, la historia continúa. Aunque el inspector trascendió en su carrera gracias a la hazaña inaudita, al poco tiempo, como es sabido, Alfredo Ríos Galeana desapareció para convertirse en un mito.

 

 

 

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