Nunca dejes de soñar

12 diciembre, 20196:02 pmAutor: Cale AgundisCultura

La posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante. Si ves los sucesos y dices, ¿por qué? y sueñas que nunca fueron y dices, ¿por qué no? Entonces ha llegado tu hora de soñar en grande. Sueña metas, sueña libre, sueña el cosmos, sueña cuándo, sueña en dónde, sueña paz, sueña aventura, sueña el río, sueña tres veces, duerme soñando, sueña cantando, canta soñando, sueña amor, sueña tu risa, sueña tu anhelo, sueña con lo que tienes, sueña dormido o sueña despierto, sueña sin medida y sin miedo, sin temor, sin recelo, con confianza, sueña con sorpresa y no dejes de asombrarte, teje tus sueños, hílalos, pégalos, fíjalos, engómalos, adhiérelos y difúndelos, emítelos y propágalos, sueña como quieras, en donde quieras y con quien quieras pero nunca dejes de soñar y de transmitir tu sueño.

 

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El pueblo dónde vivo, es muy chico. Sabes que alguien muere por las ocho campanadas para llamar a la misa del difunto. Hasta crees saber quién es el que murió y también quién sigue. Esta mañana escuché las ocho campanadas, avisando que alguien amaneció muerto. Esperen. No siento mi cuerpo. Escucho a mi madre llorar por algún rincón y percibo el aroma de flores con olor a lapso. No, no puede ser, ¿las campanas llaman a una misa en mi honor? ¿Yo morí? Pero apenas ayer estaba riendo y bailando con mis hijos. ¿Qué me pasó? Escucho que mamá da los datos al padre Ofarril de dónde será mi entierro. ¡No con el padre Ofarril, no! La última vez que me confesé, me regañó por… no, no se los diré. Es el único que sabe, de aquello que hice. Muerto yo, ya no guardará mi secreto. ¿Qué hará mamá cuando se entere? Seguro no me juzgará. A los muertos ya no se les juzga. Lo que hice aquél día se lo ha llevado el viento, el viento frío con olor a rosas que hace recordar a las almas en pena que han de ser muchas. Esperen, la mía, ¿en dónde está? No la siento. Las campanas no dejan de sonar. Ya, ya alisten mi cuerpo para darles el último adiós inerte en mi caja. El padre Ofarril se me acerca para ponerme los santos óleos en mi pecho, con cara de asustado pues tiene los ojos abiertos como de plato. «Dios te perdone», me susurra en el laberinto de mí oído, el susurro se me escurre hasta el fondo de la caja. Mamá llora, ¡qué pena! El pueblo completo acude a la iglesia. Algunos feligreses son sinceros y otros son morbosos que acuden para enterarse ¿de qué morí? ¿Saben de qué morí? El padre Ofarril lo sabe, pregúntenle sin miedo, al fin y al cabo, mi alma ya se ha ido, mi cuerpo ya está muerto y la vida ya se ha cobrado.

 

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Huellas. Jamás, jamás hubiera imaginado qué se siente. Desde aquí desde dónde estoy, he sido espectador de tanto llanto, de tanto dolor. Cada día soy testigo del pesar, desconsuelo, del suplicio. Y heme aquí señores, jugando a ser aire, esparcido como tierra. A veces agua, a veces, nada. ¿Que si siento frío? Si. Aquí se está muy frío, pero la aflicción y el tormento superan a la consciencia lógica de la percepción. Dicen que estamos en todos lados menos aquí. Es una gran mentira, seguimos aquí. Somos miles los que nos encontramos en este campo cerrado, en este lugar artificial, falso y adulterado. De suelo sintético, de flores postizas, de lágrimas muchas veces falsas. Lo único verdadero es el azul del cielo, el que desde aquí veo empañado. Hoy ha venido mucha gente al campo santo. ¿Saben? Es el primer año que estoy aquí. Han traído flores y comida hasta las tumbas, peluches y globos hasta el sepulcro de los niños. Gente pasa y lee mi lápida y me brincan. Estoy calladito observando. Me doy cuenta de que es un día de fiesta, me emociona pensar que ¡pronto vendrá a verme mi familia! ¿Si tengo no? ¿Qué pasó con todos los que me trajeron y me dejaron aquí? ¿Dónde están los que me lloraban, los que me aplaudieron, los que me trajeron la música que me gustaba, dónde aquella mujer que se desmayó de la impresión o de la tristeza? Dónde está el niño que en vida me decía papá. El que yo cuidé y vi crecer, quién lleva mi sangre y mi apellido, ¿dónde? No dejo de mirar hacia la puerta a ver si pasos conocidos vienen hacia mí a traerme flores y platicar conmigo. El compás de espera me mata, el tiempo, aunque dicen que para nosotros ya no existe, me aniquila. Y déjenme decirles que el tiempo en nosotros sí existe. Yo llevo aquí mil días de cielo azul, mil noches de tormenta y mil tardes de soledad. Impresiones, corazonadas, huellas, percepciones, emocione, presentimientos, ¿Qué causa tanto efecto en mí? El día se está terminando y todas las tumbas están llenas de flores, menos la mía. Creo que en definitiva, me les he olvidado. El panteón está por cerrar sus puertas por hoy. La primera noche de noviembre me ha sorprendido con unas gotas de lluvia, ha caído el crepúsculo bruno, sombrío y triste. Entre soledad y telarañas, logro escuchar que alguien negocia en la puerta para que lo dejen entrar, percibo sus pasos ¡vienen hacia mí! Reconozco las huellas, ¡son las mismas mías! Y ese andar apresurado, y ¡esos zapatos! Son los que traía el día en que me… ¡Es mi hijo! ¡No me ha olvidado! Se arrodilla ante mí. -Perdóname padre, por llegar tarde. Hasta hoy comprendo lo que sentía cuando de niño me reclamaba por qué yo llegaba a deshoras o simplemente no llegaba a las fiestas de su escuela. -Perdóname tú hijo, por todas las veces que te dejé olvidado, le dije. ¡Que tarde y en que circunstancia lo he comprendido! Besó mi tumba y se marchó. No sin antes dejarme una rosa que sacó del traje, sobre mi nombre.

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