
Homicidio por envenenamiento
13 enero, 20209:58 pmAutor: Julio Alfredo Ceballos AlonsoColaboradores Opinion
Ahora les narro la crónica del asesinato de Eduardo Mendoza, quien murió estrangulado por su esposa cuando se recuperaba de un intento fallido de envenenamiento criminal por parte de Aída Leticia Buendía Bautista, quien después de quitarle la vida, envenenó a sus dos pequeños hijos, quienes por fortuna, se salvaron al ser atendidos de manera oportuna. Entre paréntesis quiero mencionar que en calidad de jefe de la Sección de Homicidios de la Policía Judicial del Estado, dirigí y realicé las correspondientes investigaciones, resolviendo el asunto en las primeras 24 horas.
Era una cálida mañana del viernes 15 de octubre de 1982 y en la capital potosina se respiraba un ambiente de fiesta y alegría por la visita del candidato presidencial del PRI, Miguel de la Madrid Hurtado. La llegada del político implicaría para los comerciantes del centro de la ciudad mayor movimiento y ventas por la afluencia de gente. Los hermanos Mendoza, dueños del famoso restaurante de mariscos “Guajardo”, abrieron entusiasmado desde temprano y se preparaban para tener un gran día. A las 10:30 notaron que Eduardo Mendoza, el sexto de los hermanos, no llegaba, por lo que enviaron a buscarlo a su domicilio, ubicado en la calle de Guajardo, exactamente enfrente del restaurante.
Eduardo, de 22 años, estaba delicado de salud, cuatro días antes había presentado un cuadro de intoxicación por lo cual estuvo hospitalizado en un sanatorio de la localidad, donde le practicaron varios análisis, cuyos resultados estarían el mismo viernes. Ignoraban que su propia esposa había intentado envenenarlo con una mezcla de sosa cáustica y varios medicamentos más. Debido a la tardanza de Eduardo, su hermano Ricardo se introdujo al domicilio y terrible fue la sorpresa al encontrarse con un dantesco espectáculo: Eduardo yacía tirado en la cama inconsciente. Sus dos pequeños hijos, Lalito de cinco años y Carlitos de tres, se convulsionaban y arrojaban espuma por la boca, mientras su esposa Leticia permanecía en una silla con la mirada perdida. En lo inmediato, Ricardo y Edmundo Mendoza trasladaron a Eduardo y sus hijos al sanatorio Santa Elena, ubicado en aquel entonces en la calle de Independencia. Los atendió el doctor Ricardo Derreza, quien al ver las uñas moradas de Eduardo dijo que ya nada se podía hacer. Estaba muerto.
La historia
Aída Leticia Buendía Bautista tenía 13 años cuando conoció a Eduardo. Poseía enormes ojos, cabello chino y exótica belleza, llamaba la atención de la gente por su cuerpo bien desarrollado. Su madre tenía un puesto de frutas y verduras en la explanada del mercado Ponciano Arriaga, a unas calles del local de Mariscos Guajardo, de los hermanos Mendoza. La familia de Leticia tenía mala fama. Su padre alcohólico, nunca se hizo cargo de los hijos. Su hermano “El Pelón”, era un conocido carterista que entonces se encontraba en la cárcel acusado de robo.
Sobre la madre de Leticia, se decía que era de “cascos ligeros” y que toda la familia era sumamente conflictiva, tanto hermanos como primos y tíos se habían involucrado en pleitos, asesinatos, robos, cárcel. Por su parte Eduardo era un joven muy conocido. Tranquilo, trabajador y buen hijo. Amiguero y sociable, jugaba fútbol, destacó por su destreza deportiva. Pronto se enamoró de Aida Leticia y aunque sus hermanos y amigos le advertían “que no se metiera”, ignoró las recomendaciones y la convirtió en su primera novia.
Al año contrajeron matrimonio y tuvieron a Lalito. Al parecer todo marchaba excelente, a excepción de las extrañas actitudes de Leticia, quien pasaba de un estado de ánimo a otro en forma continua y cada día se volvía más violenta. Sus celos eran enfermizos al grado de espiar todo el tiempo a su esposo e impedirle saludar a la gente, en particular a las mujeres. A toda hora se presentaba en el restaurante y sin motivo alguno insultaba a las meseras y las acusaba de andar con su marido. En dos ocasiones intentó golpearlas.
Sus celos eran tan graves que no permitía ni siquiera que se lavara la boca, pues de inmediato empezaba a insultarlo y acusarlo de que ya iba a besar a la otra. Edmundo, el hermano mayor de Eduardo, vivió de cerca el calvario. “Mi carnal era un hombre positivo, amaba a sus hijos, vivía para ellos y le desesperaba el maltrato que su esposa Leticia les aplicaba”.
Contó que a veces Leticia era cariñosa y atenta, los acariciaba, pero de repente y sin motivo alguno, les ponía unos golpazos en sus caritas, lo que desesperaba a Eduardo y toda la familia. Relató que al inicio de octubre, cuando su hermano fue asesinad, estuvo enfermo, no se sabía de qué. Parecía una intoxicación, por lo que le practicaron un lavado de estómago y varios análisis en el sanatorio Santa Elena. Los resultados estarían listos el viernes 15 de octubre.
Lamentablemente, muy tarde se supo que Aída había intentado envenenarlo con leche y sosa cáustica. Para la convalecencia, Eduardo se fue a pasar unos días a la casa de sus padres, en la calle Plan de Ayutla, por el rumbo de Tequis. Ni Edmundo ni sus papás sospechaban de los graves problemas con su esposa. Además Eduardo no contaba nada para no mortificarlos.
Sin imaginar jamás que lo enviaba de regreso a una muerte segura, Edmundo lo conminó a resolver las diferencias con su cónyuge. Le dijo: “Eduardo, arregla tus problemas con Leticia, regresa a casa y verás que con amor y paciencia todo se resolverá. Échale ganas”. Con lágrimas en los ojos, Edmundo recuerda: “en los últimos años he vivido con mucha culpa y dolor por haberle pedido que regresara a su casa. Nunca pensé que Aída fuera a matarlo. Si se hubiese quedado con nosotros, estaría vivo”.
Los hechos
El asesinato se llevó a cabo en el domicilio ubicado en la privada de Guajardo número 9-A, colonia Centro. La madrugada del viernes 15, Eduardo dormía debilitado por la “intoxicación” en su cama, mientras Leticia lo observaba y analizaba la forma de quitarle la vida. Se decidió y ató a su cuello un cordón de su mandil y el otro extremo lo amarró a la pata de la cama y jaló hasta que dejó de respirar. Todo en presencia de sus hijos.
Luego sirvió de almorzar a sus hijos huevos con frijoles mezclados con diferentes pastillas, entre las que destacaban disprina, belzerén, compocitina y sosa cáustica. Poco antes de tomar la dramática decisión, había enviado a su hermana Ana María una bolsa que contenía las llaves de su departamento. Tenía un recado escrito dirigido a su madre en el cual le pedía perdón por lo que iba a hacer. “Madrecita, por favor perdóname, pero me hicieron sufrir mucho, estoy segura que a donde vamos los cuatro, seremos muy felices”.
Temerosa de que fuera a cumplir su amenaza, Ana María se dirigió a la casa de su hermana, llegó a las 12:45 horas. La encontró sola, sentada en una silla, con la mirada perdida. Rápido la trasladó al hospital central, donde después de recibir atención médica, fue declarada fuera de peligro.
La cárcel
El 22 de octubre de 1982, Aída Leticia Buendía, fue puesta a disposición del juzgado tercero del ramo penal, acusada de los delitos de homicidio calificado en agravio de su esposo y homicidio en grado de tentativa por haber intentado envenenar a sus hijos. Edmundo cuenta que durante los careos, Aída se burlaba, le mandaba amenazas y le advertía: “el próximo serás tú”.
A pesar de que fue sentenciada a 25 años de prisión, quedó en libertad a los pocos años, pues los múltiples cambios de autoridades y jueces fueron provocando que se revocara la sentencia. Años después quedó libre y recuperó a sus dos hijos, a quienes les dio muy mala vida. Se dice que los traía vendiendo drogas en Los Ángeles, California. La peor desgracia de quien desvía y atenta contra su vida y la de otros es que herede a sus hijos sus patologías.
Desgraciadamente en el caso de Aída Leticia Buendía, la tragedia se repitió 25 años después. Su hijo mayor, Lalo, asesinó a su novia de un balazo y luego se suicidó. Se dice que a partir de tal suceso, Aída se desmoronó y envejeció en forma prematura. Ahora deambula por las calles contando su desgracia a quien quiera escucharla.
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